sábado, 5 de octubre de 2013

Un perro agradecido

En la ciudad existe una panadería, que aparte de tener la misión de hacer los mejores panes, da de comer a hambrientos perros callejeros. Uno de ellos es Rufo, el cual por muchos años había vagado por la ciudad hasta que topó con este maravilloso lugar.
Rufo había cuidado aquel establecimiento con mucho ímpetu, pero para él esto no era suficiente. “Cómo quisiera hablar el idioma de los hombres para tan solo decirle GRACIAS”, pensó en voz alta.
Un gato muy astuto llamado Félix que estaba muy cerca de él le dijo: “Miau, ¿quieres decirle GRACIAS a tus amos? Yo puedo ayudarte; pero a cambio tienes que traerme un rico pescado, pero tiene que ser antes del mediodía.
Aquel ingenuo perro con tal que el gato le ayudara corrió muy lejos hasta el puerto y allí cuando se descuidó un pescador, robó un gran pescado que con mucho trabajo trajo hasta las patas del felino. “Ve al parque central, y allí da siete vueltas alrededor del árbol, luego saltas tres veces y por último, con los ojos cerrados, aullarás tan fuerte como puedas; y con eso el gran árbol te concederá lo que pidas, eso sí decir GRACIAS antes que se oculte el sol. Aquel perro llegó al parque, el cual estaba lleno de personas.
Rufo hizo tal como le dijo el tramposo gato, pero aulló tanto que las personas le tiraron piedras para que se callara. Con la pata lastimada por las pedradas, trató de correr lo más rápido que pudo hasta la panadería. Cuando llegó tenía tanta sed que antes de hablarle tomó un sorbo de agua para aclarar la voz y frente al panadero dijo: “Wau, Wau”. Y trató otra vez: “Wau, Wau” pero no funcionó.
Decepcionado observó que el sol ya se había ocultado. Aquel buen hombre lo miró fijamente y con una noble sonrisa le respondió: “De nada perrito. Tan solo come y descansa”. Aquella noche, Rufo comprendió que los gestos pueden valer más que mil palabras.
Fin

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